5 oct 2008

Doctora Bertilde, Dentista



Bertilde, era una de esas estudiantes aventajadas que luego de acabar la carrera en su país, quería convalidar estudios en la Madre Patria, aunque para ello hubiera que seguir estudiando un par de años más, pese a demostrar sobrados conocimientos. Reconocía que su currículum se vería más valorado con este titulo.
En Quivachú, aldea situada a ciento veinte quilómetros de Quito, le habían preparado una clínica, no era nada del otro mundo, pero les había pedido que ya que se la construían, no importaba como fuera, eso si limpia, muy limpia. Ya tenía una cola de clientes formada por sus vecinos. Realmente todos los del pueblo necesitaban su ayuda, la coca, el tabaco y otras porquerías que se llevaban a la boca destrozaban sus dentaduras desde el más pequeño al anciano. No era el tipo de clientela deseable por cualquiera odontólogo de ciudad (mucho trabajo y poco dinero) no obstante, valoraba sobre todo la cantidad de trabajo y pensaba que en cuanto se enteraran en las aldeas vecinas, aumentarían los clientes y tendría que añadir ayudantes y espacio para recibirlos. Pensó que ese era el “Cuento de la lechera” pero ¿que tenía de malo soñar?
El tiempo entre la universidad y la residencia de estudiantes se pasaba rápidamente, el de las prácticas en las diferentes clínicas odontológicas, que voluntariamente se habían ofrecido a enseñarles sus conocimientos, se le hacía corto. En una de ellas, la de los doctores Fernández y Vega (constituían una pareja de médicos jóvenes, con gran inquietud por aprender más) le ofrecieron trabajo retribuido, al igual que a su compañero de curso Miguel.
Miguel era un joven estudiante nacido en Rus, un pueblo de Carballo, en la provincia coruñesa, considerado un “chapón” vivía para y por su carrera.
Al comienzo del curso iba y venía todos los días de casa de sus padres a la universidad en su utilitario, pero al empezar las prácticas regresaba muy tarde y sus padres inquietos por miedo a un accidente de carretera, le dijeron que era mejor que se quedara a dormir en la ciudad y fuera a casa los fines de semana.
La relación con Bertilde se hizo más estrecha con el trabajo que les ofrecieran (pasaban muchas horas juntos) hablaban de las técnicas, de las clases, de todo lo relacionado con su trabajo, se saludaban y se despedían todos los días casi sin darse cuenta del tiempo que consumían codo con codo.
Un día Fernández y Vega o Cristina y Fabio, como les habían dicho que les llamaran, les informaron que debían ausentarse quince días, que habían pospuesto las intervenciones que entrañaban más dificultad y que el trabajo que quedaba era sencillo y lo habían realizado otras veces con sobrada competencia, por lo tanto los dejaban al frente de la clínica mientras ellos acudían a un simposio en Paris.
Los días transcurrían sin problemas para Bertilde y Miguel, que acudían a la clínica en su horario acostumbrado tal como tenían establecido en las citas.
A solo tres fechas para la vuelta de Cristina y Fabio, esa tarde llegó sin cita previa una paciente con un fuerte dolor de muelas, la atendieron urgentemente, pero hubieron de darle cita para el día siguiente a última hora de la mañana, por su horario de clase. Ese día atendieron a la mujer y luego debían ir a comer para regresar pronto para atender otras citas, aliviada la paciente, Bertilde y Miguel se miraron un instante y decidieron comer juntos en un restaurante próximo, ese día se vieron como mujer y hombre, empezaron a conocerse, acabado el trabajo de tarde se fueron a cenar, luego tomaron unas copas en una disco y bailaron.
A la mañana siguiente al despertar Bertilde, se dio cuenta que aquella no era su habitación y no tenía muda, se volvió hacia Miguel y le dijo que debía marcharse urgentemente, pues tenía que pasar por su alcoba antes de ir a clase, que hablarían más tarde, se arregló como pudo y salió rápidamente.
A Bertilde y Miguel se les hacían pocas las horas que pasaban juntos, decidieran que en acabando el trabajo cerrarían paréntesis hasta el día siguiente, luego tendrían su tiempo, sería intimo, personal y pasaron a vivir juntos.
Miguel le propuso casarse, un fin de semana la llevaría a su tierra le presentaría a sus padres, sin prisas, cuando quisiera, ya les había hablado de ella y estaban deseando conocerla.
Bertilde estaba encantada, embobada, estaban acabando la carrera, todos estaban muy contentos con ellos, dos alumnos modélicos, dos nuevos odontólogos hábiles e inteligentes, tenían un futuro brillante, su clínica no se conocería por sus apellidos, no, pondría Bertilde y Miguel dentistas.
En Quivachú, estaban pensando a que iban a dedicar aquella casita que construyeran, ¡con el trabajo que cuesta criar un hijo! y ¿qué quiera ser dentista? y ¿qué salga? ¡pasarán años! decían las gentes.
Eligieron el fin de semana, el viernes hicieran el amor toda la noche, en el último coito Bertilde apuró a Miguel echándosele encima y haciendo casi todo el trabajo, el no tuvo tiempo de ponerse el preservativo, ella lo tenía planeado, quería un hijo de Miguel cuanto antes, era su secreto.
El sábado se levantaron más tarde de lo planeado, desayunaron rápidamente y salieron veloces en el Ibiza, no querían hacerse esperar. No llegaron a su destino, un poco antes del cruce de Sabón, un camión con remolque cargado de hierros se les echó encima invadiendo el carril, Miguel quiso esquivarlo, pero solo consiguió que le diera de lleno destrozándolo, murió instantáneamente, Bertilde fue llevada al sanatorio en estado de shock, tenía algún golpe y pequeñas heridas, la maniobra de Miguel probablemente la había salvado.
La muchacha permaneció ingresada en observación y recuperándose de sus heridas, sus padres vinieron a buscarla y la visitaron mientras estaba convaleciente, Cristina y Fabio le llevaron el diploma y ellos fueron los encargados de darle la mala noticia que ella aún no sabía. Fue un mal día, lloró desesperadamente, todo el tiempo, toda la noche y a pesar de las lágrimas hubiera besado su vientre si a el llegara, pero se lo guardó para si, era su secreto.
Cristina y Fabio le propusieron que se quedara en su clínica, pero ya estaba decidida a volver a su tierra, tenía una cola de pacientes esperándola.
Doctora Bertilde, reza en su humilde placa de madera pintada a la puerta de la casita construida para ser su clínica, tiene mucho trabajo, pero de vez en cuando se acerca a la puerta y vigila los juegos de un pequeñuelo que se divierte con los otros niños del lugar.

6 comentarios:

Froiliuba dijo...

Tierno relato con final trágico pero casi feliz.

La vida destroza sueños, pero da mas vida, bonito sí.

bss

Unknown dijo...

Sí, Froi, tienes razón, además, este relato en parte es real.
Gracias poe pasar por aquí y dejar constancia de ello.

Un bico.

RosaMaría dijo...

Muy dulce como todo lo que leí hasta ahora. El tono que empleas le quita un poco lo trágico del final.

Unknown dijo...

El final es alegre dentro de lo que cabe, ese niño tan esperado es el que da la alegría al remate del relato. Por lo menos eso es lo que he intentado.
Gracias por dejar la huella de tú paso por aquí.

Un bico.

Dharma dijo...

Hay secretos que se guardan para siempre. Me ha encantado.

Unknown dijo...

Sí Dharma, hasta que dejan de ser secretos y entonces dices “qué bonito y pasó sin yo enterarme”
Me alegra que te gustara.

Un bico.

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