Parecían la imagen de la elegancia, la esbelta
figura de la mujer se complementaba con el porte del can y sus andares casi al
unísono eran un potente imán para las miradas, sin embargo pocos se fijarían en
el animal, si era macho o hembra, aunque sí en aquella blancura inundada de
manchas negras.
Las dos figuras estilizadas dejaban marcada su
silueta en las paredes y en las retinas de los viandantes.
Los que se cruzaban con ella, decían que llevaba
el cielo en sus ojos, pero la rubia no podía verlos, caminaba despacio dejando
la estela roja de su vestido y el aroma de su perfume, pero solo el perro sabía
a dónde iban.